Pasaba una noche más trabajando frente a la computadora. Líneas de código se mezclaban con el sabor del café, ya frío, que tomaba cuando se acordaba que tenía la taza en su escritorio. Contaba solo 25 años y ya había desarrollado dos videojuegos, sencillos ambos, pero este proyecto era más ambicioso. La idea era montarse en la ola de un género de videojuegos que estaba aumentando su popularidad con títulos que, pocos años antes, habían sido un gran éxito en el mercado: Wolfenstein 3D y Doom.
Pero Tim Sweeney no solo quería hacer un juego, su proyecto era crear una herramienta que le permitiera hacer más fácil la creación de los próximos videojuegos, así las noches trabajando se harían más cortas. Él estaba claro en que sería un trabajo arduo y tomaría tiempo, ya llevaba meses trabajando sin descanso, el futuro de su empresa dependía del éxito de los juegos que seguían en sus planes, esos que usarían su herramienta.
“¿Y si su uso no fuese limitado? ¿Cuánto pagarían otras empresas por usar esta herramienta para hacer otros juegos?” pensó el joven emprendedor mientras apreciaba el código en su pantalla. Tomó un sorbo de café y sonrió… Unreal, su proyecto, podía ser solo un juego de disparos en primera persona, pero el motor de ese juego cambiaría la industria para siempre.